El viaje de 12 años de Justin Vernon, pasando de leñador de
corazón roto grabando en soledad en la naturaleza de Wisconsin hasta su actual
estatus como líder de la banda Bon Iver, capaz de llenar estadios, ha sido
fascinante y de lo más improbable si cabe.
Con su presencia en escena – barbudo, pelón, sin miedo de
ponerse un pañuelo, con las “latas” sujetas a su cráneo – se ha convertido en
la cabeza de auriculares perennes.
Pero con tantos devotos que ha acumulado por el camino,
otros han encontrado su repertorio igualmente exigente.
“22, a million”, del
2016 le reposicionó como algo similar al Peter Gabriel post-electrónico,
obstinadamente perpetrando voces que sonaban a cassettes enmarañados de forma
deliberada, pero, en el tránsito, se perdieron algo de las melodías.
Este cuarto álbum, con su título como de errata (ver también
“gato de puntillas pasando por un teclado” con nombres tales como "Yi, IMi y
RABi") arranca sonando como si pudiera ser un disco hermano de su predecesor,
abriendo con una poco familiar familiaridad forma con una grabadora “verité” de
Vernon experimentando con algunas voces mutantes reproducidas por un
amplificador interrumpidas por explosiones de ruido blanco.
Los tres tracks que siguen son igualmente tangenciales (y lo
más que probable es que sean rechazados por los que disfrutaron las más
accesibles piezas de “For Emma, forever ago”), pero con la doliente “cri de coeur”
que es “Hey, Ma”, hay un resquicio entre las nubes aurales: la luz de sol se
expande no obstante.
Para todos los que las letras de Vernon resulten inconexas
más allá de lo oblicuo, a menudo hay una línea o dos que arrojan un golpe
emocionante.
En “RABi” se escucha a escondidas lo que parece una fuerte
conversación, posiblemente bajo los efectos de las drogas (“Well, it’s all just
scared of dying…” > “Bueno, todo tiene miedo de morir”) mientras que el amable
bálsamo de “Faith” se cierra con una confesión (“I’m not all out of mine” > “No
estoy del todo fuera de mí”).
Más directa todavía es la balada góspel a piano como de
Prince que es “Man (u like)”, precedida por su ingenioso y divertido lyric video
– que incluye caras animadas con penes como nariz – como es “una canción a todo
hombre malo”, ensarta a todos los hombres depredadores con un mensaje: “Man,
like you. Man improve > Hombre, como tú. El hombre mejora”). El hecho de que
los cantantes invitados – Moses Sumney, Jenn Wasner de Wye Oak e incluso Bruce
Hornsby – todos esbozan unas líneas sólo refuerza su poder consensuado.
Producido con sabiduría, “i,i” no deja de sonar excelente,
con ampliadas estructuras acústicas y eléctricas permitiendo cuerdas a lo
pizzicato flotar en su extensión y nubes que se alzan de vientos soplar
inesperadamente. Realmente es un
material de vanguardia: sus
manipulaciones digitales de sonido confirman que los bytes todavía pueden ceder
a la calidez y belleza de lo análogo.
La voz en falseto de Vernon a menudo rebosa de alma como en
la futurista pieza de R&B que es “Salem” o los ecos del “III” de Peter Gabriel
de “Naeem”, nuestro protagonista en pánico, después de “una mala, mala calada”,
parece situarse en voces desesperadas (“I can hear, I can hear you crying” >
“Puedo escuchar, puedo escucharte llorar”).
El hecho de que el difícil “22, a million” consiguiera el #2
en UK y USA es prueba del poder del testamento de esta música retorcida.
Este trabajo, dado el regreso de las melodías pegadizas,
seguramente lo superará comercialmente.
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