domingo, 3 de junio de 2012

Hoy ha muerto mi móvil



Hoy me ha dejado mi móvil. Se ha marchado, sin más. Sin decirme siquiera adiós, sin mostrarme una última rayita de batería, sin poder recuperar tantos archivos de valor que albergaba en su interior. Ha muerto súbitamente, un infarto de litio. Se ha apagado y no quiere encenderse. Se niega.

Ahora en mí surgen las preguntas, ¿y si me pasa algo de camino a casa?, ¿y si mi madre quisiera llamarme?, ¿si me pierdo algún acontecimiento importante?, pero .... ¿cómo podíamos vivir antes de los móviles?.

Si esto le pasa a mi sobrina de 16 años, directamente se suicida. Se mete una foto de Justin Bieber en el bolsillo con la inscripción "Te esperaré", y se arroja al río. Lo sé. Cogería tal disgusto que sus condescendientes padres tendrían que llevarla corriendo, conduciendo como si llevaran una ambulancia, a una tienda del operador telefónico para comprarle otro inmediatamente, de mejores prestaciones que el anterior si es posible.

Sé que ella preferiría desprenderse de un brazo o de una pierna antes que quedarse sin móvil. Al menos con el móvil puede informar en el Twitter que ya no tiene brazo, y que no falte el icono sonriente. Sin móvil, ¿cómo anuncia cada acontecimiento de su emocionante vida de adolescente en plena hormonación? Porque, ¿qué es el individuo de esta era sin su ventana al mundo? No somos nada. Estamos desconectados, fuera de órbita. Necesitamos esa disposición, imprescindible en nuestras vidas. Necesitamos poder escribir en el Facebook que estamos comiéndonos unos entresijos en la pradera de San Isidro o colgar esa foto con tus colegas para que todos vean que te relacionas y que la gente te quiere mogollón. ¿Quién sabe cuando al chico o a la chica de tus sueños le va a dar por mandarte ese mensaje de amor que ansías recibir? Sí, exigimos poder saludar cada noche antes de acostarnos a mis 99 mejores amigos dejándoles llamadas perdidas para que sepan que estamos vivos, que no nos ha arrollado el camión de la basura ni nos ha devorado un caimán.

Decimos de los adolescentes, pero hay cada uno ya bien crecidito que no se queda atrás. Hace poco quedo con un amigo, con sus 40 tacos, para tomar café en el Círculo de Bellas Artes. Nos acomodamos en los asientos, yo busco al camarero para pedir mientras que él raudo y veloz saca su móvil y lo pone a la vista, frente a él. No sin antes comprobar si tenía algún mensaje o aviso.

Empezamos lo que promete ser una amigable e intensa conversación entre dos personas adultas. A cada minuto mira el teléfono, lo enciende y lo deja de nuevo en la mesa, con decepción. De repente suena. Yo estaba hablando pero me callo ipso facto, pues parece algo importante. Le veo sonreír, para hacerme partícipe de lo que le hace gracia me dice que una prima que tiene en un pueblo de Wisconsin le ha enviado un video de unos gatitos lamiéndose el uno al otro, que qué lindos que son, que mire... En ese instante pienso, menos mal que no te estaba contando cómo ha salido la operación a corazón abierto que le han practicado a mi padre, porque si no me levanto y ahí te quedas. Mantengo el tipo, pongo cara de que me importa y que me apetece mucho ver cómo dos gatos se limpian a lametazos, y estoicamente soporto los dos minutos de interminable proyección.

No sé a la gente por qué le da por mostrarte estúpidos videos en el móvil. "Mira, ya verás qué bueno". No me consideréis un amargado de la vida, pero creo que hay momentos y MOMENTOS de hacer las cosas. Éste en concreto, no era uno de ellos.

Bueno, sigo con mi amigo y su móvil, dos en uno. Le entra un mensaje, dos pitidos, dice que es del trabajo y que es importante. Maldice en alto. Se disculpa, "Lo siento, tengo que contestar". Replico en mi cabeza, "no he dudado nunca que no lo vayas a hacer". Termina y me pregunta por dónde íbamos. Por intentar hacerle más activo en la conversación y ver si así se entretiene con otra cosa que no sea el teléfono, le respondo que me cuente cómo le va todo a él, una pregunta de esas genéricas a las que se suele responder, te haya tocado la lotería o se te haya muerto el perro, que todo te va bien, o si no, el socorrido "Voy tirando", para no entrar en vereda, que no nos apetece destapar nuestras miserias. A él, sin embargo se le nota emocionado contándome lo atareada que es su vida, que es un sin parar y que va a acabar estresadísimo como siga con ese ritmo de trabajo. ¿Será que no eres capaz de desconectar ni siquiera un segundo mientras te tomas un café con un amigo?. No dice ni dos frases y vuelve a interrumpirnos el móvil. Antes de que suene el segundo pitido ya lo tiene en la mano y está leyéndolo. Admiro su velocidad. Vuelve a maldecir, esta vez más alto. Las mesas de alrededor nos miran mal. Sí, lo sé, tienes que contestar, adelante. Yo, entre tanto, cojo mi móvil del bolsillo para que piense que yo también tengo vida social por el aparato, que estoy integrado en las redes. Nadie me ha escrito nada, ni siquiera un mensaje de publicidad de Orange. Qué triste es mi vida. Aún así, lo miro un ratillo, me muevo por los menús de aquí para allá, repaso las últimas notificaciones y cuando veo que mi amigo ha terminado de contestar, yo sigo durante unos pocos segundos observando el móvil, para que sea él el que tenga que esperar ahora y hacerme el importante.

Le pregunto si todo va bien. Mal hecho. He accionado el botón equivocado. Aunque me interesaba por educación, no hace falta que me des los detalles más exactos de por qué esa operación difícil con ese cliente más difícil todavía, no llega a salir. Casi deseo que le entre un mensajito para que cese esa perorata. Él continúa muy serio, con mirada afligida, su relato sobre los clientes que no compran y que marean la perdiz. Pongo a prueba mis dotes de improvisación, le digo que me ha parecido escuchar que le ha entrado un mensaje. Mira el móvil con cara de sorpresa, su cerebro, como si fuera el de un ratón del experimento de Paulov, reacciona a la mínima en que oye un pitido y no puede ser que yo lo haya oído primero. Suspira aliviado mientras dice que no, que no hay mensajes. Me da la sensación, por su manera de comportarse, que está esperando recibir un aviso sobre cuál es la fecha del fin del mundo o que tiene pendiente que le lleguen unos resultados de unos análisis critiquísimos, porque en verdad, no se puede estar con tanta expectación por saber qué te habrá llegado y verle tan agitado y angustiado durante esas milésimas de segundo que tarda en ver qué es.

Decido cambiar de tema y llevar la iniciativa: ¿entonces te gustan los gatos?. Sobre el sistema económico de su empresa poco puedo opinar, pero todos más o menos, durante unos minutillos podemos llevar una conversación sobre gatos. Carlos Sobera, entre marketing empresarial y gatos, me quedo con los felinos.
Por la cara de alegría que ha puesto mi amigo, la respuesta promete, pero es decir que le encantan los gatos y otra vez el móvil ataca. Yo ya estoy pensando que debe ser uno de esos terminales de última generación que tiene la moderna cualidad de sonar sólo cuando más por culo te puede dar. Esta vez es una llamada, le chilla al interlocutor: "Compra! Compra!, Compraaaa!". Los de alrededor nos miran con cara de asesinos. Asustado, yo le pido la cuenta al camarero haciendo ese gesto internacional de firmar una nota en el aire.

Mi colega cuelga el teléfono con furia, se queja diciendo que el mundo está lleno de ineptos y que si habla en chino. Yo pienso en la enorme complejidad que tiene la orden "Compra". Le digo que es verdad, qué cuanto estúpido hay suelto. Lo digo por acabar lo antes posible y levantarnos, más que nada. El camarero nos trae la cuenta y mi amigo se ofrece en pagar. Qué menos, me digo yo, después de haber aguantado este rato tan fructífero en mi vida, que me ha aportado tanto. Me opongo a que pague sólo durante dos segundos, los justos como para que no parezca que le echo morro.

Me despido con un "He disfrutado mucho" (qué bien se me da mentir a veces) y él se excusa diciendo que nos han quedado varios temas pendientes y que otro día vamos a un cine. "A ti bonito me gustaría verte hora y media con el teléfono apagado en un cine, eso no me lo pierdo". Le digo que sí, que están poniendo de nuevo Titanic en 3D. "Así sufrirás durante tres horas, mucho mejor".

Nos vamos por diferentes direcciones en la salida. Me quedo un rato parado y saco el móvil del bolsillo. Lo observo con detenimiento. ¿Tan importante te has vuelto en nuestras vidas como para transformar la manera de relacionarse de las personas?

Como os he dicho al principio, hoy ha muerto mi móvil, y no digo que no lo eche de menos, que ya me he acostumbrado a los Whatsapp y demás chorraditas, pero admito que me siento más persona, más individuo en su individualidad. Me explico, el móvil hace que de ti salgan miles de cuerdas que te atan a los demás. Ahora me siento libre, sin ese ojo a lo Gran Hermano que lo mira todo y que controla cada uno de mis movimientos. Mañana seguro que cojo uno viejo que aún funciona y que está en un cajón, porque el móvil tiene una funcionalidad primordial, la de comunicarse cuando lo necesites, pero que no es necesario hacerlo siempre, no a cada minuto de tu vida.

Hay que saber disponer de ese don de estos tiempos que es la libertad cuando se precise y se quiera, aparte de saber valorar la comodidad de los avances tecnológicos. Tú eres el único que decide cuántas cuerdas quieres que se aten a tu cuerpo, y por favor, desátalas cuando quedes para hablar con alguien. Por educación, más que nada.

Para justificar todo este relato absurdo que me ha dado por escribir, os dejo con una canción de Weeping Willows llamada "Touch me" que precisamente trata del tema de lo virtual ante lo carnal. "Tócame, tócame, ansió vivir en la realidad, soy tan humano como un humano puede llegar a ser, por favor, tócame".

Pues sí, menos chats interminables y más predisposición al contacto.

¿Quedamos y me lo cuentas?

5 comentarios:

Justo dijo...

Jajajaj..

Cuando quieras quedamos, que hace mucho que no nos vemos.

Prometo ir sin móvil..

archer dijo...

Hola Justo, cuando paso por la que era tu casa en el centro, siempre me acuerdo de ti. Pues sí tenemos que vernos y ponernos al día. Hablamos!!

david dijo...

Tío, no tengo tiempo para escribirte algo muy extenso pero que sepas que me ha llegado mucho tu disertación eh.
COmpletamente de acuerdo con todo lo que dices. Es una auténtica pensa que nos vayamos deshumanizando por momentos.
Yo también soy de los que mira el móvil mucho, me entretiene, es triste pero es así. Eso sí, si quedo con alguien para hablar eso es lo sagrado y me joderían un montón las interrupciones, al igual que me jode cuando por ejemplo quedo con alguien para hablar de algo serio y se presenta con otro amigo suyo a la quedada (al cual no conozco). Ostras, puede que el amigo me caiga maravillosamente bien pero quería quedar contigo para hablar de temas series y con tu idea de traer alguien más acabas de cambiar totalmente el sentido de la quedada...

Pero bueno, el concepto de la amistad, del respeto y de la educación muchas veces es subjetivo. Y aunque para mís ean 3 valores esenciales para algunos son prescindibles. Una pena...

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con tú comentario,archer.La gente parecen marionetas dominadas por el dichoso móvil,y hasta van por la calle caminando y chateando!!!y eso de atender al móvil mientras estás con alguien....me parece de una mala educación impresionante,si quieres estar pendiente del móvil vete al parque y te sientas en un banco tú y tú móvil,pero no delante de mi......

archer dijo...

Gracias por vuestras aportaciones, chicos!

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