sábado, 3 de marzo de 2018

"Ray of Light" de Madonna cumple 20 años



Uno de los discos que más me han marcado en mi vida, hoy 3 de Marzo cumple 20 años. Eso me hace darme cuenta, lo primero, que joder cómo pasa el tiempo... Por aquélla época estaba descubriéndome a mí mismo, saliendo a un mundo nuevo y experimentando... Todo lo que Madonna hizo con "Ray of light". Por eso nos caímos tan bien desde el primer encuentro, porque lo que escuchaba aquí era mi planteamiento del mañana.

Para mí es sin duda su mejor disco, su disco más maduro y por qué no decirlo, serio. Lo recuerdo perfectamente, llegó "Frozen" y todo el mundo se volvió loco. ¿Qué era esa canción que parecía que venía de otra galaxia? Arreglos así, mezclando música endiabladamente electrónica, con cuerdas, con guitarras atronadoras en cortes como "Skin", rompiendo las estructuras más elementales de las canciones pop... Nadie sabía de dónde había salido esta reinvención tan acertada, que marcó un antes y un después en la música. Pero sí que había un origen, y tenía nombre y apellidos: William Orbit.





Si tuviéramos que sacar a juicio de quién fue el mérito de tal obra maestra, habría que analizar varias circunstancias. Madonna venía de un declive en su popularidad que arrancó en "Erotica", no fue bien resuelto en "Bedtime stories" , seguido de una "Evita" que no acababa de convencer y un disco de baladas para hacer caja en las que quería quitarse su imagen de provocadora, siendo consciente del daño que le había hecho.

Dejó de lado los escándalos para centrarse en la música, y conoció a William Orbit, reputado productor especializado en remezclas. Orbit le debió sacar lo mejor que tenía guardado en el cajón, sin miramientos, y si a eso le aunamos la capacidad para las melodías de otros escritores como Rick Nowels ("The power of goodbye") o la recuperación de su autor fetiche Patrick Leonard ("Frozen"), el resultado tendría que ser impresionante.

Aunque el gran empaque, la mascletá del disco, los momentos sobresalientes los firmarían Madonna y Orbit en pareja. Probablemente, Orbit en las melodías y Madonna en las letras. Ella siempre se ha encargado de no hacer notorio en qué consiste su participación en las creaciones de sus canciones.

Quién haya seguido la pista a Orbit sabrá que, más allá de lo que compró la ambición rubia, tenía grandes cosas todavía guardaditas como lo que acabó siendo "Pure shores" de All Saints o "Go" de Melanie C. Canciones bajo talonario de impecable factura.

La reina del pop ha intentado repetir esta fórmula continuamente y sabemos, tras unos discos de más que cuestionable calidad, que no siempre le ha salido bien. Lo consiguió con Mirwais para "Music" (y aparcó a Orbit a un segundo plano) y con Stuart Price en "Confessions on a dancefloor", pero ni Timbaland ni ninguno de los que vinieron después han sabido ofrecerle lo mismo que le dió William, que le dió todas sus gemas para confeccionar un disco que, insisto, cambió el rumbo de la música comercial.

Aquí no se escatimó con nada. Lo que hiciera falta se conseguía. Era la gran baza de Madonna para volver a lo más alto y sabía que lo que tenía entre manos era muy bueno, y no sólo eso, además era rompedor, iba a volver a hacer historia.



La riqueza musical de "Ray of light" apabulla, capas y capas de sonidos para engordar unas canciones que de por sí, estaban gordas. No hay más que escuchar piezas como "Candy perfume girl" para darse cuenta que una gran producción puede convertir una canción del montón en algo enorme.

Las apuestas firmes eran claras. Teníamos "Frozen", una canción que aspiraba a alcanzarlo todo en este mundo, y un "Ray of light", la canción, que iba a volver a situarla en las pistas de baile. Pocas veces un disco ha tenido dos singles tan claramente definidos.

El resto no se quedaba atrás en calidad, no tan notoria, eso sí. "Drowned world", que abre el disco, nos trae a una Madonna desconocida, demasiado experimental para sus fans, pero sinceramente lo digo, la mejor de todo el disco.
Recuerdo la primera vez que la escuché que dije "¿Pero qué es esto?". Cuando rompen las guitarras, cuando sube la instrumentación, el despliegue de medios, la rareza en su tono, la crudeza de sus palabras, el mensaje autocomplaciente sobre lo que se ha convertido su vida... Era una cantante abriéndose al mundo como hasta ahora no lo había hecho.

Después llegaba "Swim", que tampoco es que sonara especialmente agitada (necesitábamos sentir algo de impacto para aquel momento) y ya, sí que sí, la soberbia "Ray of light". Aquí ya te tenías que quitar el sombrero.

Fue hartamente arriesgada la secuenciación de canciones. "Frozen" era el corte número 9!! Teníamos que aguantar 8 canciones más hasta llegar a la maravilla que no dejaba de sonar en las radios. El viaje merecía la pena y sin ser el más cómodo de los que nos tenía acostumbrados, encontrábamos con cada audición un sonido nuevo que nos volvía a dejar perplejos.


Madonna acababa de ser madre, estaba implicada en el budismo y se la veía más relajada y concentrada de lo acostumbrado para ofrecer al planeta un disco de etiqueta negra.

Todavía hay algunas canciones que me cuestan y rechinan al oído. "Mer girl" es un final un tanto críptico y demasiado oscuro. "Little star", dedicada a su hija, suena demasiado descafeinada en su melodía a pesar de los esfuerzos sonoros implantados. "Shanti/Ashtangi" fue un capricho de Madonna, que uno pasaba rápido para llegar a "Frozen"...

Por otro lado, otras canciones siguen sonando con inmaculada perfección. "Drowned world", por supuesto, "Skin", "The power of goodbye" o "Nothing really matters" son los mejores ejemplos.

Hoy han pasado 20 años desde que esta maravilla vino al mundo, fue un rayo de luz que nos cegó a todos y a pesar de quedarnos helados, ahogados, descubrir el poder del adiós, nadar en pieles, oler perfúmenes de caramelo... nos sentíamos en el cielo y nos dábamos cuenta de que nada realmente importa.




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