miércoles, 18 de septiembre de 2019

Recordando los cassettes - Nueva sección



Ayyyy...  cuántos recuerdos nos traen los cassettes de nuestra juventud. Bueno, concretemos, para los que hayamos nacido en los 70/80, porque después fueron desterrados por el compact disc,.

Momentos imborrables en la memoria, la banda sonora de tantos escenarios, que uno portaba como amuletos de bolsillo en los que confiaba su suerte y su destino. 

Todavía conservo casi todos los que pude comprar cuando era un chavalín, como un preciado tesoro del que me resisto a desprenderme. Aunque sepa que probablemente no los vaya a volver a reproducir, son tantísimos los buenos recuerdos que me traen que separarme de ellos sería como mutilarme partes de mi cuerpo, de lo que es mi vida, mi pasado.

Fueron mis fieles compañeros los primeros años de mi vida. Una colección que según pasaban los años crecía exponencialmente, pues mis ansias musicales con el tiempo empezaron a ser preocupantes: quería hacerme con mucha más música de la que mis bolsillos se podían permitir. Todo el dinero que podía ahorrar, gracias a las generosas pagas de mis padres, lo invertía en comprar lo que nosotros en España llamábamos también las "cintas".
Rehusaba gastarlo en videojuegos, como hacían mis amigos, y como en mi pandilla no fuímos chavales de hacer botellón (el primero lo hice con 17 años), prefería invertir el dinero que recolectaba en comprarme todos los cassettes que fuera capaz.
Por supuesto que ya existían los compact disc, pero la diferencia de precio era notable y por lo que costaba un cd, te podías comprar hasta dos cassettes de novedad. Había que ser práctico.

Si bien es cierto, me fastidiaba su pobre calidad de sonido, que tuvieras que darle la vuelta cuando terminaba una cara, y que hubiera que estar rebobinando cada dos por tres. Eso sin olvidarse de cuando el reproductor se trababa y dejaba pillada la cinta, sacándola con toda la precaución del mundo, como un trabajo de cirujano, para que no se llegara a romper, y si acababa cediendo, tenías que pegarlo con celofán en el mismo sentido de los carretes. Una auténtica desgracia cuando esto te ocurría, porque sabías que al reproducir la canción, en el instante en que llegara el remiendo, iba a haber un salto desagradable, el sonido se iba a degradar provocando un malestar irremediable en mis oídos, que anhelaban continuamente la perfección en el sonido.
Todavía existen canciones (recuerdo perfectamente una, "Metamorphosis" de Pet Shop Boys) que tuve que hacer un apaño al cassette provocando que una parte del comienzo perdiera volumen, y aún hoy, cuando la escucho, sé exactamente el punto en el que llegaba ese contratiempo, e inconscientemente espero a que se reproduzca. Esto me ocurre aunque la escuche desde el Spotify. Lo tengo grabado en el cerebro así.

A pesar de todo, el cassette también tenía sus ventajas. Los reproductores portátiles eran más o menos asequibles, y aunque sonaran a lata y apenas se apreciara algo más que las voces y un batiburrillo de ruidos de fondo, con eso nos conformábamos para disfrutar.

Los poquísimos cds que caían en mis manos, los reproducía en mi casa, en equipos de alta fidelidad, cuidándolos con mimo para que no se rayaran, terminando por grabarlos en cintas para poder salir a la calle con mi radiocassette, cambiando muchas veces la secuencia de las canciones para así hacerlo más personal, más entretenido para mí. Toda una experiencia auditiva individual.





Era un reproductor parecido al modelo de esta foto, que era el más fácil de transportar.
Tuve, que yo me acuerde, unos dos o tres. Servían también de grabadora lo que nos daba muchas posibilidades para jugar grabando lo que se nos ocurriera. Me compraba cintas vírgenes de 60 o 90 minutos y desbordábamos nuestra imaginación, imitando programas de televisión, haciendo voces graciosas o cantando las canciones que nos sabíamos. Como a casi todos los niños, tambíen nos gustaba lo misterioso, y solíamos acudir a sitios tenebrosos y activar la grabadora, para ver si captábamos algunas voces del más allá. Por aquella época estaban muy en boga las psicofonías (el caso del palacio de Linares era reciente) y nosotros intentábamos atrapar algún mensaje sobrenatural, muertos de miedo e intriga.
Algún susto nos llevamos con lo que luego nos encontrábamos. Recuerdo sobre todo una ocasión en la que pudimos escuchar unas voces claramente. No se entendía lo que decían y no eran de ninguno de la pandilla. Eran voces femeninas, que hablaban susurrantemente, en tono pausado, como si se tratara de una conversación privada. Fue tal la impresión que nos llevamos que sacamos el cassette corriendo y lo destrozamos, literalmente. Salimos corriendo de ese sitio y creo que no volvimos a repetir la experiencia nunca más. No, ninguno hubiéramos sido Iker Jiménez, visto el resultado. Ya sabéis, los chicos de esa edad tienden a sugestionarse con cualquier cosa....

No puedo criticar a los chavales que ahora van con sus altavoces bluetooth colgados, escuchando música por la calle, porque yo hacía exactamente lo mismo con trece o catorce años. Eso sí, lo que escuchábamos por entonces y lo que hacen ahora nada tiene que ver, eso es cierto, pero la necesidad de que te acompañara la música donde quiera que fueras estaba ahí, como les pasa a ellos.
Otra gran diferencia es que por entonces no había Internet, ni móviles. No podíamos escuchar la canción que te viniera en gana como ocurre ahora. Teníamos que conformarnos con lo que había, con lo que teníamos a mano, y de esta forma también, apreciábamos más lo que oíamos. El mismo cassette sonaba una y otra vez, hasta que todos canturreábamos las canciones hartos de oírlas en modo repeat. No obstante, solía alternarlos para no acabar aburriéndonos, pero siempre había algunos favoritos que se paseaban más que otros.

Cuando estaba solo, recurría a los famosos walkman, y con mis auriculares me movía por todos lados. Pero cuando eramos más gente, cogía mi radiocassette portátil para que todos oyéramos las canciones. Caminando por la calle, sentados en los portales, montados en el autobús... Había gente que nos miraba mal (sobre todo a mí que era el que lo llevaba), pero yo estaba muy orgulloso de que esas canciones que tanto disfrutaba, pudieran ser escuchadas por otras personas y en ningún momento sentía vergüenza, todo lo contrario. Para mí, debían de dar gracias por disfrutar de esa grandísima música que estábamos poniendo.
Como véis, muy parecido a lo que sucede en la actualidad.

A nosotros nos gustaban las canciones de The Cranberries, Roxette, Mecano o Tears for Fears, y terminábamos aprendiéndonos las letras a base de escucharlas repetidamente, y si no entendíamos algo, sobre todo con las canciones en inglés, cogíamos el libreto con las letras, que acababa arrugado del manoseo que le dábamos. Gracias a este interés por conocer lo que decían las canciones de mi adolescencia por lo que acabé aprendiendo inglés, a fuerza de leer, repetir y traducir.

Era yo sobre todo el que elegía la música, confieso que había poca democracia en este aspecto. Tampoco había mucho en donde escoger. Rara era la vez que sintonizábamos la radio. Quería escuchar lo que a mí me apeteciera. Y esto es curioso que lo mencione aquí, porque es algo que me sigue sucediendo. Cuando estoy en casa o voy en el coche y quiero escuchar música, pongo yo lo que me apetece. Es bastante inusual que me pilléis escuchando la radio. Mientras esté en disposición, seré yo el que elija lo que suena.
Los años me han transformado en una persona más transigente en este sentido, e intento contentar a las otras personas preguntando qué les apetece escuchar para buscarlo, siempre y cuando no sean despropósitos. O lo que es más entretenido, que es ofrecerles música nueva conociendo sus gutos, intuyendo que este artista o esta banda podrían gustarles. Hay que saber explotar los conocimientos que uno tiene.

Hay cosas por las que no transijo, eso es cierto. Si vas en mi coche y me pides que ponga algo de Pablo Alborán, es más factible que te acabes bajando del coche a que acabe cediendo, o como mucho, por satisfacerte, te pondré una canción, pero no me pidas más, que entonces tendremos un accidente.
En tu coche, no me queda más que fastidiarme, pero en mis condominios, mando yo.

Volviendo a la adolescencia, que nos hemos ido del tema. Yo era el que se compraba las cintas, el que pagaba las pilas, el que llevaba a todas horas el cassette... Cargaba continuamente con mi reproductor y allá donde nos pusiéramos, le daba al play, y nos hacía compañía mientras hablábamos de nuestras cosas, sacábamos algún juego de mesa o nos echábamos unas partiditas de cartas. La música siempre estaba con nosotros a todas horas... no podría calcular el dineral que me gastaba en pilas por aquella época. Me daba igual, para mí, eso era la felicidad.

Una vez hecha esta introducción, para que sepáis lo que me ha marcado la música, como seguro a muchos de vosotros también os ha ocurrido, ha llegado el momento de rescatar alguno de estos recuerdos y volver a traer a la vida mis cassettes.

Mensualmente, rescataré uno de estos cassettes y volveré a ser un chaval. Cada uno de ellos me transporta a un lugar y un momento.

Es un viaje nostálgico al pasado que espero disfrutéis leyendo tanto como yo redactándolo.
En breve, rebobinamos.

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