martes, 5 de marzo de 2013

El hombre pródigo


Veinte años de relación me han dejado el cuerpo maltrecho y avejentado, no solo por el inexorable paso del tiempo, sino por las energías gastadas. Veinte años que han sido como un épico partido de fútbol, con sus periodos de descuento y su prórroga, que nadie daba por concluído hasta que el árbitro pitó el final. Lo que nos costó que el hombre de negro se decidiera.

Una relación así te deja marcado y te hace plantearte dos, tres y quince veces la posibilidad de volver a tener un compañero del viaje que es esta vida.

Aún así, lo intentas, sopesas lo que ha sido tu experiencia para no repetir los mismos errores. Entonces, apareciste tú, con tu juventud y tus ganas de comerte el mundo. Nos separaban muchos años, demasiados para pasar por alto la etiqueta de "este hombre podría ser tu padre". Ése no es un impedimento, la barrera se acciona cuando ese padre además es tu mentor, la persona en la que te quieres ver reflejado. Más que un amor, hay una adulación. Me convierto en el maestro de un lindo efebo que abre sus ojos completamente y saca su libreta mental para tomar notas.

Al principio, no deja de ser reportador. Por el motivo que sea, te llenas de orgullo. La satisfacción de ver cómo ese jovencito ha podido fijarse en un señor como tú, te complace enormente, pero esa es la impresión inicial. Después te das cuenta de la verdadera naturaleza de la relación. Tras la veneración hacia mi profesión, tenemos al aprendiz que idolatra al experto, porque, qué casualidad, compartimos la misma ocupación. Observas mis trabajos con detenimiento, formulas mil preguntas y expones tus conclusiones.

Por otro lado, descubro que mi lindo hombrecito no está libre. Está sufriendo una crisis sentimental y necesita un entretenimiento temporal que le haga asentar su situación con ese chico. Yo soy ese revulsivo que le ayudará a sintonizar sus sentimientos, y como tal, debo de limitar mis afectos para no salir perjudicado. Conozco las reglas del juego, muchos no querrían jugar. Yo sucumbo.

Entro en esa dinámica del trío, conozco a su pareja, me hacen proposiciones. No es lo que más me apetece, sólo me emociona una parte de la pareja, inaccesible y a la vez tan atractiva. Un reto. Nos gustan los retos. Nos ponen cachondos.

Soy un ciervo con años suficientes como para saber por dónde se mueven los leones, por eso decido salir huyendo. A pesar de mis emociones. A pesar de que un día le dije que le quería. A pesar de la enormidad de su belleza. Salí corriendo, como el pródigo en el que me he convertido, sin esperar a que en mi cabeza se aloje algún pensamiento que me haga desestimar mi decisión. No quiero que me esperes, no quiero formar parte de tu vida. Me asola la vergüenza y no, no estoy preparado a padecer otra ruptura de este índole.

Tengo 50 años y mis heridas no cicatrizan igual que cuando tenía 20.
Soy el hombre pródigo.


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